Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


879
Legislatura: 1878 (Cortes de 1876 a 1879)
Sesión: 11 de noviembre de 1878
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 123, 3435-3438
Tema: Ley electoral

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. SAGASTA: Señores Diputados, el Sr. Presidente del Consejo de Ministros quiere echar la responsabilidad del giro que ha tomado esta tarde el debate, sobre mi digno amigo y compañero el Sr. Albarda. Hace bien S. S. en defender a su compañero el Sr. Ministro de la Gobernación; pero S. S. no es justo. Toda la responsabilidad de ese debate recae sobre el Gobierno, pues en su nombre ha hablado el Sr. Ministro de la Gobernación, ofendiendo a un partido que tiene representación dentro de la Cámara.

El Sr. Ministro de la Gobernación, en la pregunta que ha dirigido, en la declaración que ha exigido, y en la manera con que ha formulado la pregunta y la exigencia, ha venido realmente a dudar de la lealtad de un partido. Es evidente la ofensa; y si no, ¿qué significa la pregunta? ¿Qué derecho tiene el Sr. Ministro de la Gobernación para dudar de la lealtad del partido constitucional? Y si no tiene derecho ninguno, ha hecho mal en provocar este incidente.

El Sr. Presidente del Consejo de Ministros nos ha dicho que si el Rey en su elevada sabiduría juzgase necesario cambiar de política, aunque él (el Presidente) crea que sigue la mejor, la más acertada para el país, acataría la resolución del Monarca. ¡Pues no faltaba más sino que no la acatara! (Aplausos.) Señores, ¿puede preguntársele a un partido político que está en la oposición, si haría lo mismo en el caso de que el Rey creyera conveniente a los intereses del país la continuación de esa política o la adopción de otra que no fuera la del partido constitucional? ¿Se tiene derecho a dirigir esa pregunta a un partido que por espacio de cuatro años, sin lazo ninguno de gratitud, sin más interés que el interés de la Patria y de las instituciones, viene haciendo lo mismo que promete hacer el señor Presidente del Consejo de Ministros? Pues bien; yo sobre esto no tengo nada más que decir sino que nos conduciremos como se conducen los hombres honrados, ni más ni menos, como nos hemos conducido siempre.

Por lo demás, S. S. ha querido dirigirnos una amenaza al indicar que podría hacer tales o cuales declaraciones. Haga S. S. las que guste, porque nosotros hemos dicho siempre y declararemos siempre, y en eso está nuestra honra y nuestra lealtad, que no hemos trabajado por la restauración, y que de la misma manera que fuimos leales a la revolución de Septiembre, seremos leales a la restauración, si la restauración, como es de esperar, como es para nosotros claro y evidente, es compatible con los progresos y las libertades de los tiempos modernos. (Bien, muy bien, en la izquierda y centro.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Comenzaré por repetir que yo no he hecho más que declarar que en otras circunstancias me defendería más de lo que me defiendo delante de ciertos ataques, y que en esto no hay ninguna amenaza. Esto que he dicho, no puedo menos de volverlo a decir. No aludo ya al día de hoy; hablo en general para tener aun más cuenta con la extremada susceptibilidad de los Sres. Diputados constitucionales; pero repito que en todo tiempo en que se nos hagan a nosotros, porque yo considero que se hacen a mí las alusiones que se hacen a mis amigos políticos, desde el instante que los he aceptado como compañeros y los tengo a mi lado y con ellos hago la política; en todo tiempo en que se nos hagan esas alusiones en otras circunstancias, me defenderé más de lo que me defiendo ahora. Con esto no amenazo a nadie, pero afirmo un hecho que probaré.

No voy a discutir, señores, porque tengo prisa de llegar a lo que verdaderamente encuentro de dignísimo de alabanza bajo un punto de vista, en lo que acaba de decir el Sr. Sagasta; no me detengo, digo, a analizar cierto condicional que, por no perder del todo ciertas costumbres, se le ha escapado también al Sr. Sagasta esta tarde. A lo que voy derechamente es, no a exponer, sino a recordar a la Cámara todo lo que de bueno ha dicho S. S.

No necesitaba ciertamente el Ministerio actual decir que acataría el uso de la Regia prerrogativa, ni es eso a secas lo que el Sr. Ministro de la Gobernación ha dicho. El Sr. Ministro de la Gobernación enumeró ciertos casos, o por mejor decir, ciertas cosas, declaró que el partido liberal conservador no iría jamás al retraimiento, que el partido conservador no dejaría de acudir a los comicios ni de luchar jamás dentro de las vías legales, e hizo otras declaraciones por este estilo; y esto era lo que el Sr. Ministro de la Gobernación entendía en su conjunto, en su totalidad, que era acatar el ejercicio de la Regia prerrogativa. ¿Por ventura es tan cierto que los partidos españoles estén todos igualmente dispensados de hacer semejante protesta? ¿Es tan cierto que todo el mundo tenga una evidencia tal de lo que sobre este punto haría en determinadas circunstancias el partido constitucional, que no fuera conveniente que el Sr. Ministro de la Gobernación tratara de indagarlo, y que no haya sido convenientísimo, altamente patriótico que el Sr. Sagasta lo esclarezca aquí esta tarde? No por cierto.

Aquí no se ha tratado de la honradez, que nadie absolutamente ha puesto en duda, de los dignos individuos que componen el partido constitucional; por lo cual, cuando se dice que el partido constitucional tendrá una conducta honrada, no se dice nada que venga a cuento en el debate: eso ya lo sabemos, eso por descontado. Pero ¿no pueden hombres políticos honrados, abstenerse, por ejemplo? (Risas.) Yo creo que sí. No sé lo que sobre esto opina el Sr. Sagasta, pero yo tengo la convicción de que se puede sin mengua de la honradez individual, adoptar en ciertas circunstancias el camino del retraimiento. Y este era uno de los puntos concretos especial, especialísimo en que con razón se fijaba el Sr. Ministro de la Gobernación esta tarde.

Tampoco tiene nada que ver con esto la lealtad en cierto sentido entendida, aunque la lealtad cuando se trata de Monarquía y cuando la frase se completa llamándola lealtad monárquica, no la lealtad de las relaciones particulares, tiene un sentido histórico, y este sentido histórico es estar con la Monarquía sin condiciones, de todas maneras, bien o mal como la Monarquía se conduzca, de todas suertes apegado a ella. (Bien, bien.) Este es el sentido histórico de la frase, esto es lo que hasta aquí se ha llamado lealtad monárquica, por lo cual tampoco el Sr. Ministro de la Gobernación ha dudado ni por un instante de la lealtad del partido constitucional.

Sólo y exclusivamente, pues, el Sr. Ministro de la Gobernación ha dudado de si el partido constitucional consideraría que debía continuar luchando dentro del terreno legal y dentro del terreno electoral y dentro del terreno legislativo, en el caso de que no le fuera favorable en adelante el ejercicio de la Regia prerrogativa: concretamente, esto es lo que el Sr. Ministro de la Gobernación ha preguntado. Sobre todo lo demás no ha preguntado el Sr. Ministro de la Gobernación; sobre todo lo demás no pidió explicaciones, y por consiguiente, dejemos la honradez por indiscutible, dejemos la lealtad monárquica en ese alto y justo sentido por histórica, y vengamos a parar a lo que es materia concreta de este debate.

Pues bien; aquí de mi regocijo, aquí de mi satisfacción, que creo compartirá la Cámara: el Sr. Sagasta acaba de declarar en los términos explícitos que el Congreso ha oído, que jamás faltará a la lealtad monárquica, y que en eso el partido constitucional seguirá la conducta que constantemente ha seguido el partido liberal conservador, cosa que todo el mundo esperaba de él, pero que ha confirmado con sus palabras esta tarde mi digno amigo el Sr. Ministro de la Gobernación.

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Sagasta tiene la palabra para rectificar. [3436]

El Sr. SAGASTA: Tengo que agradecer los buenos propósitos del Sr. Presidente del Consejo respecto del Sr. Ministro de la Gobernación, porque bueno es que S. S. haya explicado bien lo que ha querido decir su compañero, para que lo tengamos presente. También agradezco los propósitos de S. S. respecto a la Monarquía y a la dinastía, porque S. S., apenas cree vislumbrar una ligera sombra sobre estas instituciones, trata de desvanecerla. No hay más sino que al quererla hacer desaparecer por espíritu monárquico y dinástico, en mi opinión S. S. la agranda y aumenta, y parece como que tiene gusto en agrandarla y aumentarla para que todos los demás la vean mucho mayor, lo cual contradice un poco la política del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, esta política que tanto aplaudís y alabáis. Su señoría viene diciendo hace cuatro años: "mi cuidado ha sido el de atraer, el de rodear a la Monarquía de todos los grandes partidos, del mayor número de partidos y de hombres políticos;" y sin embargo, con esa política de dudas y desconfianzas, lo que hace S. S. es introducir la duda y la desconfianza en el país respecto de actitudes leales y nobles hacia las instituciones.

Así es que, llevado de esa desconfianza y de esas vacilaciones, S. S. ha formado hipótesis, ha formado suposiciones sobre palabras mías que realmente no daban lugar a ello. Lo que mis palabras dicen, lo que significan, es que la Monarquía que nosotros defendemos es la Monarquía constitucional que representa D. Alfonso XII, es la Monarquía sin la cual él mismo no querría ser Rey de España, según declaró en su manifiesto. Otra Monarquía no la defendería tampoco S. S., como no defenderíamos nosotros, porque para defender la Monarquía absoluta no buscaríamos a D. Alfonso XII, buscaríamos a D. Carlos. ¿Es que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros defendería la Monarquía de D. Alfonso XII, si D. Alfonso XII fuera posible que se declarara Monarca absoluto de España? Conteste su señoría. (¡Bien, Bien! En la izquierda y en el centro.)

Pues eso es únicamente lo que he querido decir y lo que he dicho, porque eso es lo que ha dicho D. Alfonso XII; ni más ni menos: no dé S. S. más alcance a mis palabras. ¿Y por qué ha de dárselo S. S.? Pues qué, ¿no son esas las opiniones de S. S.? ¿No recuerda S. S. los tiempos aquellos en que con gran acento de convicción, desde los bancos de la oposición, en un magnífico discurso como todos los suyos, nos decía que para él lo primero era la Patria, lo segundo la libertad y lo tercero la Monarquía? Esto es lo que he querido decir, ni más ni menos, en las palabras en que su señoría ha pretendido ver una condicional.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Pido la palabra.

El PRESIDENTE: La tiene V. S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Cánovas del Castillo): Si yo manifestara dudas acerca del verdadero sentido de las palabras pronunciadas por el Sr. Sagasta, o por cualquiera otro de los dignos individuos del partido constitucional, a sus espaldas, a solas, sin que las oyeran ellos mismos ni menos el país, verdaderamente tendría alguna significación el cargo que S. S. parece que ha querido hacerme, de que procuro amontonar sombras sobre sus intenciones.

Pero, Sres. Diputados, con esa facilidad, con esa claridad, con esa abundancia que todos reconocemos en el Sr. Sagasta, y que todos sus compañeros de Parlamento admiramos y aun envidiamos, ¿es serio el cargo de que las preguntas que se le hacen conduzcan a crear sombras? ¿Pues no está ahí S. S. para disiparlas? ¿Qué injusta desconfianza es esa? ¿No tiene los medios de explicar y esclarecer sus ideas? Hágale yo un verdadero servicio cuando en el calor de la improvisación dice algunas cosas que yo sospecho que no están en su corazón ni en su entendimiento, que no responden a su verdadera intención, proporcionándole la ocasión, como se la he proporcionado esta tarde, de esclarecer tanto como ha esclarecido su pensamiento. Y sin embargo, no sé si el Sr. Sagasta me llamará caviloso: pero respecto a lo de las abstenciones, no me parece haber oído nada tan terminante como sin duda este debate exigía. Esto no es amontonar sombras; esto es excitar los vientos de la elocuencia del Sr. Sagasta, para que disipen todo género de nieblas y haga brillar su pensamiento e intenciones como la misma luz del sol.

Por lo demás, el Sr. Sagasta ha tenido por conveniente explicar un cierto sí condicional, que había pronunciado esta tarde, en términos que hasta cierto punto están con efecto conformes con mis propias convicciones.

Es verdad, que yo he dicho e impreso que para mí, teóricamente y en la región de la doctrina, la Patria era lo primero en el orden de los conceptos políticos, después la Monarquía representativa, después la dinastía. (Algunos Sres. Diputados: La libertad.) No he dicho yo la libertad en esos términos; he dicho la Monarquía representativa. La libertad había dicho el Sr. Sagasta y me ha citado con bastante exactitud: no digo esto por rectificarle, sino porque en fin, habiendo de repetir yo la fórmula, más natural es que la repita como ella es en sí, que como se la recuerda su memoria al Sr. Sagasta.

Pero aun he de añadir a S. S. un dato más, y lo siento; pero como esto no ofende a nadie, como es un hecho histórico, que no molesta a nadie ni se roza con el partido constitucional, ni con ningún otro partido, ni con ninguna individualidad política, me voy a permitir recordarlo en brevísimas palabras. Este hecho es, que cuando yo fui llamado por una altísima persona para conferirme ciertos poderes, creí que la ocasión era bastante oportuna para declarar, aunque no era necesario, pero la ocasión lo requería, que yo no me encargaba, ni me encargaría jamás sino del restablecimiento del régimen representativo con todas sus naturales consecuencias. (El Sr. Reyna: Es verdad.)

Esto por la ocasión y por las circunstancias que muchas personas pueden fácilmente recordar, tenía aún más importancia que la declaración de ese libro a que el Sr. Sagasta se ha referido esta tarde. Pero una cosa es que los hombres que son partidarios de la Monarquía representativa, que profesan ideas monárquico-liberales, no puedan ellos aplicar otro sistema que ese sistema, que es el suyo, que es el de sus convicciones y el de su conciencia, y otra cosa es lo que históricamente se ha llamado siempre la lealtad monárquica; porque no es absolutamente indispensable que uno practique todas las cosas, y es de todo punto imposible que practique aquellas que están en abierta contradicción con sus convicciones. Aunque eso haya sido posible en la historia, que yo no lo discuto ahora porque ya he dicho antes que de una fórmula histórica se trataba; aunque durante muchos siglos ha sido esa fórmula la base de las nacionalidades y de todos los grandes Es- [3437] tados civilizados de Europa, también es verdad que esa antigua fórmula excluía el que aun en el caso de una contradicción con la Monarquía o con la persona del Monarca se pudiera faltar a la lealtad. Podía, pues, no efectuarse aquello que estaba contra las propias convicciones, pero no se podía romper el vínculo de la lealtad. Hay, por consiguiente, una diferencia notable entre una cosa y otra, y yo la establezco, no porque tenga aplicación al caso presente, sino porque una vez entrando en esta discusión histórica y habiéndose citado opiniones mías, justo es que queden las cosas en su lugar.

Y concluyo repitiendo y aun deplorando, porque no quisiera que el Sr. Sagasta tomara esto a molestia, que aquello en que verdaderamente ha mostrado dudas el Sr. Ministro de la Gobernación, se queda en sombras, no por culpa mía, sino por culpa de quien, pudiendo disiparlas fácilmente, no se levanta a disiparlas.

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Sagasta tiene la palabra.

El Sr. SAGASTA: Me levanto, Sres. Diputados, en justa deferencia al Sr. Presidente del Consejo, que extraña que no haya dado contestación a su pregunta relativa a la abstención del partido constitucional respecto a las elecciones, si no fuera llamado al poder.

Su señoría mismo lo ha dicho: S. S. ha llamado a eso cavilosidad, y yo realmente no creía que en una sesión de esta importancia, en que se han tratado asuntos tan graves, fuera a parar mientes en una cavilosidad, siquiera fuese de S. S., que para mí, hasta las cavilosidades de S. S. valen mucho.

Pero ¿qué quiere S. S. que le conteste a esto? Debiera S. S. saber mi contestación de antemano y ahorrarse el trabajo de la pregunta. El partido constitucional, como todo partido fuerte y organizado, no dejará de luchar nunca, si se le ofrece legalidad, si se le ofrece respetar su derecho en las urnas; el partido constitucional luchará constantemente, cualquiera que sea su posición respecto del Poder, siempre que se le deje expedito el camino de la legalidad.

Pero en último resultado, ¿cómo le preocupa a su señoría tanto lo que hayamos de hacer respecto de la lucha electoral; cómo le preocupa hasta el punto de que antes de terminar la sesión quiera que le conteste si hemos de abstenernos o no? ¿Cómo S. S. da importancia a mi pobre abstención, a la abstención de todos nuestros amigos, cuando S. S. no ha dado ninguna a su propia abstención y a la de su partido, y hasta olvida que la tiene anunciada? Pues qué, ¿habíamos de declarar nosotros lo que S. S. declaraba al día siguiente de salir del poder, pensando ya en volver a recuperarlo? Recuerden los Sres. Diputados lo que decía el Sr. Presidente del Consejo de Ministros en el suelo que voy a leer, publicado en uno de los periódicos de que acostumbra a servirse:

"Estamos autorizados para declarar que el Sr. Cánovas del Castillo, totalmente apartado de los asuntos políticos días ha, es de todo punto ajeno a las combinaciones ministeriales en que se hace figurar su nombre. Si el Sr. Cánovas del Castillo no puede hacer triunfar la política que estima conveniente al Rey, a la Patria y a las instituciones parlamentarias, dejará definitivamente de intervenir poco ni mucho en la dirección de los negocios públicos, y se declarará mero testigo de los acontecimientos, declinando toda responsabilidad por su parte." (Grandes y prolongados aplausos.) [3438]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL